Texto Alejandro de Ávila / Fotos: Ivet Mendoza
En diferentes regiones de Hispanoamérica llamamos jorongo, gabán o poncho a una prenda masculina cuya confección no difiere a lo largo del continente: se compone de dos lienzos rectangulares cosidos lado a lado, o un solo lienzo muy ancho, con una abertura al centro para embrocarse al cuello. Los lados quedan abiertos, lo cual da libertad a los brazos para trabajar, guerrear o montar a caballo. El poncho abriga al cuerpo y lo resguarda del sol y la lluvia, sin limitar los movimientos de una persona activa.
La estructura básica de la prenda es la misma de la Tierra del Fuego al Río Bravo, no así las fibras con que se hila, los colorantes con que se tiñe, las técnicas con que se teje y los diseños con que se adorna. Los hay de alpaca y de vicuña en la zona andina, de algodón y seda en el Cono Sur, y de lana de oveja en ambas regiones, como también en México y Guatemala. La grana, el añil y diversos tintes locales le dan a esta prenda una paleta rica y saturada.
En el sur sobresalen los diseños complejos labrados en la urdimbre, mientras que los ejemplos más notables hacia el norte lucen tramas multicolores en tejido de tapicería. Las franjas de alto contraste son ubicuas en la geografía de la prenda, no así los diseños difuminados del jaspe (teñido de reserva), que aparecen aquí y allá en saltos de Araucanía a Bolivia, Ecuador y San Luis Potosí.
Si bien los arqueólogos han encontrado algunos textiles análogos al poncho en la costa desértica de Perú, es hacia finales del periodo colonial que la prenda gana popularidad. Es adoptada ampliamente por sociedades multiculturales, rígidamente estratificadas, y se vuelve una bandera cotidiana que distingue a criollos, indígenas y
“castas” de los españoles peninsulares. Ganadas las guerras de independencia de las antiguas colonias, los gabanes se convierten en íconos nacionalistas. En Chile, el Libertador José de San Martín recibe como reconocimiento del pueblo mapuche la “manta de la luz”, un poncho extraordinariamente fino y hermoso. En México florece después de 1821, con la victoria de los insurgentes, el famoso sarape de Saltillo (un jorongo en la mayoría de los casos), como afirmación visual de una nueva identidad.
Según narra el historiador Pedro Salmerón, hubo una ocasión en que su madre, la maestra Esther Sanginés, le preguntó al luchador social y defensor agrario Efrén Capiz Villegas (1924-2005), originario de la comunidad purépecha de Nahuatzen en Michoacán, por qué portaba su jorongo al hombro, a pesar del calor. Él le respondió con elocuencia poética:
“Caminar por el sendero me toca a mí Andar las veredas del indio
Sentir la tierra bajo mis pies
¿Dónde me llegará la noche?
Si en alguna comunidad amiga Si a campo abierto
Con la luz de las estrellas
Si en la cárcel ¿tal vez?
Gabán de mi tierra para librarme del frío Gabán de mi gente que traigo aquí.”
En Oaxaca se pueden apreciar estas prendas en la sala caracol del Museo Textil de Oaxaca con la exposición titulada “Ponchos gabanes y jorongos de Saltillo a Patagonia”, una selección de piezas del acervo del Museo en donde se hace evidente el uso de distintas fibras, colorantes, diseños, técnicas y formas de elaboración de esta pieza.
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